Month: Diciembre 2015

Perros paracaidistas

Me asombra la historia de los perros paracaidistas de la Segunda Guerra Mundial. Mientras las tropas aliadas se preparaban para el Día D, usaban la agudeza sensorial de los perros, los cuales, a través de su olfato, advertían del peligro de los campos minados y las guiaban por lugares seguros. Sin embargo, la única manera de hacer que los soldados ubicados detrás del frente enemigo dispusieran de esos perros era lanzándolos en paracaídas. Por instinto, a los perros eso les da miedo… y para ser sinceros, no son los únicos. De todos modos, después de semanas de entrenamiento, aquellos animales aprendían a confiar en sus amos lo suficiente como para saltar cuando se lo indicaban.

Dispararle a una mosca

La habilidad de Macarena Valdés para localizar minas subterráneas fue vital para rescatar a los 33 mineros chilenos que quedaron atrapados tras una explosión en octubre de 2010. Perforar el suelo para encontrar el lugar exacto fue como «tratar de pegarle un tiro a una mosca a 700 metros de distancia», declaró. Su experiencia le permitió dirigir la sonda hasta donde estaban enterrados aquellos hombres, lo cual hizo posible el dramático rescate.

Una multa singular

Un policía detuvo a una mujer mientras conducía porque su hijita no iba sentada en el asiento especial para niños. Podría haberle aplicado una multa de tránsito, pero, en lugar de eso, les pidió a ambas que lo acompañaran a una tienda cercana, donde él mismo compró el asiento requerido. La mujer tenía problemas financieros y carecía de recursos para comprarlo.

El regalo perfecto

Todos los años, el jardín botánico local realiza una exposición sobre la Navidad en el mundo. Lo que más me gusta es una escena francesa. En lugar del cuadro tradicional con pastores y magos con regalos de oro, incienso y mirra, hay aldeanos franceses que le llevan de regalo a Jesús lo que Dios les dio a ellos la capacidad de producir: pan, vino, queso, flores y otras cosas. Esto me recuerda el mandato del Antiguo Testamento de entregarle al Señor las primicias de nuestro trabajo (Éxodo 23:16-19). Esta escena navideña ilustra que todo lo que tenemos proviene del Señor, así que lo único que tenemos para darle es aquello que recibimos de su mano.

Un siervo fiel

Madaleno es albañil. De lunes a jueves, construye paredes y repara techos. Es callado, confiable y trabajador. Después, de viernes a domingo, sube a las montañas a enseñar la Palabra de Dios. Habla náhuatl, un dialecto mejicano, lo que le permite comunicar sin problema la buena noticia de Jesús a la gente de esa región. Con 70 años, sigue construyendo casas, pero también edifica a la familia de Dios.

El comienzo de la Navidad

Cuando el ángel Gabriel se le apareció a María y, más tarde, a los pastores para darles la buena nueva para el mundo (Lucas 1:26-27; 2:10), ¿esa noticia fue buena para aquella jovencita? Quizá María pensó: ¿Cómo le explico a mi familia que estoy embarazada? ¿Mi novio, José, romperá el compromiso? ¿Qué dirá la gente del pueblo? Aunque me perdonen la vida, ¿cómo voy a sobrevivir siendo madre soltera?

¿De qué se trata la Navidad?

Hace 50 años, se televisó por primera vez el musical La Navidad de Charlie Brown. Algunos ejecutivos del canal pensaron que nadie la vería, y otros temían que los televidentes se ofendieran si se citaba la Biblia. Por eso, le pidieron al autor que omitiera la escena de la Navidad, pero se negó. Poco después, el programa era un éxito, y todavía sigue emitiéndose cada año.

Libre de preocupaciones

Tratar de estar enterado de los acontecimientos actuales tiene su lado negativo, porque las malas noticias venden más que las buenas. Es fácil preocuparse excesivamente por delitos que están fuera de nuestro control.

¿Regocijarse siempre?

El pueblo akan, en Ghana, tiene un dicho: «¡La lagartija es más agresiva con los niños que se detienen y se regocijan en su final que con los que le arrojan piedras!». Regocijarse en la ruina de alguien es como si uno mismo la provocara o le deseara un mal peor.

Playa de vidrio

A principios del siglo xx, los residentes de Fort Bragg, una ciudad ubicada a orillas del mar en Estados Unidos, desechaban la basura arrojándola desde un acantilado a una playa cercana. Latas, botellas, vajilla y residuos en general se acumulaban en pilas enormes y desagradables. Aunque después dejaron de hacerlo, siguió siendo una vergüenza: un basurero aparentemente imposible de reciclar.